Esmeralda Gijón Zapata

Esmeralda Gijón Zapata

Gracias a una beca de ampliación de estudios del gobierno persa llevo varios años viviendo en Teherán. Documento e investigo los manuscritos conservados en el Palacio Real y a la vez estoy traduciendo al castellano el Shāhnāma, la gran obra de Ferdousí; pero no voy a concluir mis trabajos, la traducción, mis notas… todo se perderá, todo quedará en el olvido porque me van a asesinar. La muerte llegará de improviso, en un esguince de sorpresa y terror. Dirán que me encontraron muerta en mi apartamento, en el 151 de la calle Ashari y cerrarán el expediente. Una anotación en el Libro de Defunciones de la Embajada datará mi fallecimiento el 6 de marzo de 1968 a causa de quemaduras; al menos eso es lo que va a declarar Sebu Palandjian […], eso es lo que todos van a dar por bueno a sabiendas de que no es cierto, incluso parecerá que con mi muerte se quitan un peso de encima… quedarán en el aire tantas inexactitudes, tantas preguntas sin respuesta…  Luego me enterrarán en el Cementerio Católico, cerca del Mausoleo de los italianos… qué ironía… En Roma me pitorreaba de un muchacho italiano que quiso ligar conmigo en una fiesta, y cuando me preguntó: Nella España fa molto caldo?; le contesté: No muchos, a mí el que más me gusta es el del cocido. Manuela −Manzanares− lo recordará toda la vida tronchándose de risa. Eso ocurrió durante el crucero universitario por el Mediterráneo de 1933… Pero será mejor comenzar por el principio.

Nací en Madrid, en 1913, en una familia de clase media. Tuve una infancia feliz, hice el bachillerato en el Instituto de San Isidro y luego pasé a la Universidad Central para estudiar Filosofía y Letras. Cuando fundaron la Escuela de Estudios Árabes solicité una beca y me la concedieron; así me convertí en una de las arabistas −ese gremio tan escaso y apartadizo desasistido por lo común de la atención pública, debido a la rareza de los temas que tratan, y con tan clara conciencia de hallarse extramuros de las Humanidades europeas…, como nos definió Emilio García Gómez− de la universidad española, junto con mis compañeras y amigas Manuela −Manzanares−, Ángela −Barnés− y María Luisa −Fuertes−. Todas éramos becarias.

Estaba estudiando las Tafsiras del Mancebo de Arévalo cuando −otra vez gracias a una beca− me embarqué en el Ciudad de Cádiz, nuestro refugio español durante los cuarenta y cinco días que duró el crucero universitario del 33. Ciudad de Cádiz, corcel blanco que, galopando por el lomo dorado y azul del Mare Nostrum convirtió en realidad el lejano Oriente que era para mí, hasta ese instante, una quimera imposible. Fue una experiencia maravillosa ese primer contacto con el mundo y la cultura orientales, a los que tanto amé y a los que decidí dedicar mi vida. Al finalizar el viaje se convocó un concurso de diarios. Fui la única mujer que se presentó al concurso. Qué inocente era entonces… al releer mi diario se adivina la emoción, la curiosidad, el romanticismo…  Era una ruta completamente romántica «A un lado Asia, al otro Europa, al frente Estambul», las noches de azul y plata, limpias e intransferibles. La luna saliendo y escondiéndose en las nubes. Los rayos de luna rompiéndose en cristales en las olas. La luna hecha pedazos, una lluvia de estrellas sobre el mar.

Mi diario finaliza en la mancha, recordando al Quijote, que un día, entre los días de su vida de ilusiones y desengaños, ve crucificados sus ideales en la cruz de la realidad incomprensible y villana.

En 1934 solicité una beca a la Junta para Ampliación de Estudios para viajar a Fez con idea de perfeccionar mi árabe vulgar.

Me oculté durante la guerra civil en Argamasilla de Calatrava con unos familiares, quise pasar desapercibida, no significarme. Aunque no fuera propiamente una mujer conservadora, como Ángela, tampoco me consideraba de izquierdas, como Manuela.

En 1942 ingresé en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, obteniendo como primer destino la Biblioteca Pública de Badajoz. Y en 1944 conseguí el traslado a la Biblioteca del Palacio Real de Madrid. Pero nunca dejé de estudiar y de investigar en mis estudios árabes, por eso en 1960 conseguí una beca del Ministerio de Asuntos Exteriores para estudiar la lengua y la literatura persas en la Universidad de Teherán. Esta beca que en principio iba a ser para 10 meses se fue prorrogando y prorrogando… por eso pedí el cese voluntario.

Mis tres amigas se casaron. Al comenzar la guerra Manuela Manzanares se exilió con su marido y terminó en Colombia; Ángela Barnés se fue a Sanlúcar de Barrameda, de donde era la familia de su marido y ya no volvió a trabajar; María Luisa Fuertes que se había casado con Emilio García Gómez, se hizo bibliotecaria, como yo, y abandonó su trabajo como arabista, que quedó eclipsado por la fama de su marido… De las cuatro, tan solo quedaba yo, la única que no se casó nunca, para intentar hacer realidad nuestros sueños, viajar a oriente, investigar y conseguir elevar el arabismo en España, pero vi mis ilusiones segadas por la muerte, y mi vida segada por el destino que me estaba esperando en Teherán.

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