Savitribai Phule

Savitribai Phule

सावित्रीबाई फुले

Una epidemia de peste bubónica está azotando Maharashtra. Como mi hijo es médico preparo con su ayuda una clínica para atender a los enfermos, a la que dedico todo mi tiempo y todos mis recursos. A la vez organizo un campamento para los niños de las familias afectadas. Un día me contagio. Y muero el diez de marzo de 1897, a los 66 años de edad.

Nací en 1831. Me casaron a los 9 años. Mi marido, Jyotirao, tenía 12.  A Jyotirao, que se quedó huérfano de madre con tan solo un año de edad, lo había criado su tía Sagunabai Kshirsagar, una viuda niña de mentalidad feminista y abierta, que le dio todo el amor del mundo. Sagunabai también me acogió con toda su capacidad de entrega, y las dos desarrollamos un profundo vínculo de cariño. Ella siempre nos apoyó y secundó en todos nuestros proyectos. Su aportación para la educación de Jyotirao, que lo convirtió en el ser sensible que fue, y para educarme a mí, fue fundamental; nosotros la quisimos y respetamos como a una verdadera madre. Le debemos casi todo lo que fuimos y lo que somos.

Como todas las niñas de mi tiempo yo era analfabeta, Jyotirao −que había ido a la escuela, a pesar de que por aquella época se consideraba que solo los varones de la casta Brahman tenían derecho a la educación−, al saber que yo tenía muchas ganas de aprender, me enseñó a leer y escribir y me dio clases de ciencias y de literatura… Sagunabai Kshirsagar también quiso aprender ella misma, y estudiábamos juntas. Más tarde me matriculé en la Escuela de Magisterio, en Pune. La educación es el único medio que tenemos las mujeres −igual que las castas consideradas inferiores− para liberarnos de las cadenas de las prácticas discriminatorias construidas socialmente. Así fue como decidimos iniciar una campaña educativa para sacar a las niñas del reino del analfabetismo y la ignorancia. A pesar de que la educación de las niñas se consideraba contraria a las Escrituras, y a pesar de la oposición por parte de los brahmanes, que conspiraban en nuestra contra, y a pesar de que hasta la familia de Jyotirao nos dio la espalda, en 1848 abrimos la primera escuela para niñas de todas las castas. Y el sueño de Sagunabai se hizo realidad. Después de eso, Jyotirao y establecimos 18 escuelas, para niños y niñas, una tras otra, hasta 1851. Sagunabai estaba orgullosa de nosotros, a pesar de todas las complicaciones nunca dejó de apoyarnos. Nuestra madre, la imagen de la bondad, el afecto y la compasión, falleció el 6 de julio de 1854. Pero permaneció para siempre en nuestros corazones y estuvo presente en todas nuestras obras.

Jyotirao y yo no tuvimos hijos, pero sabíamos querer, como nos enseñó Sagunabai, sin que fuera necesario que los hijos fueran biológicamente nuestros, por eso adoptamos a Yashwant. Con el tiempo estudió medicina, y fue la alegría y la luz de nuestros corazones.

El desarrollo de mi labor no fue fácil. Tuvimos que enfrentar los problemas con los hindúes ortodoxos de casta superior, que intentaron cerrar nuestras escuelas. Difundieron rumores sobre mi persona: dijeron que mi esposo moriría prematuramente, que la comida de las mujeres que estudian se estropea y se agusana, que las mujeres que saben escribir lo hacen para mandar cartas a hombres desconocidos… Cuando comprobaron que no me desanimaban en mi afán de aprender y de enseñar, comenzaron los insultos y ataques personales: me arrojaban estiércol, huevos, tomates y piedras. Yo llevaba siempre un sari limpio en mi bolso, para poder cambiarme. Un día me revolví y abofeteé a uno de los que me insultaban. Finalmente presionaron a mi suegro, el padre de Jyotirao, en cuya casa vivíamos, que nos echó a la calle.

Usman Sheikh, un amigo de Jyotirao, nos alojó. La hermana de Usman, Fatima, que ya sabía leer y escribir, y yo, nos hicimos muy amigas. Animada por Usman −qué importante es que los hombres nos apoyen, sin Usman y sin Jyotirao la vida de Fatima y mía hubiera sido mucho más complicada− Fatima me acompañó a otro programa de formación de profesores. Así se convirtió en la primera profesora musulmana de la India. La amistad que nos unió, nuestra idea común de la necesidad de la formación y de la libertad, por encima de castas y religiones, fue hermosa y demuestra que otro mundo es posible.

Además de ayudar a los niños, apoyamos a las viudas. En La India, la tradición prohibía el matrimonio a las viudas, porque la mujer se consideraba como una propiedad, y si se volvía a casar se producía un problema por el traspaso. La viuda era propiedad de la familia del marido, que no tenía obligación de mantenerla. Una viuda no tenía ningún derecho. Se le afeitaba la cabeza y se le decía que estaba muerta en vida. No se la mantenía, pero tampoco era libre. Algunas eran niñas que ni siquiera habían llegado aún a la pubertad. Por eso abrí una casa de acogida para las viudas de las castas más bajas, en la que acogíamos también a muchas niñas recién nacidas para protegerlas del infanticidio. En mi casa todos, hasta los intocables, podían venir a beber agua limpia, algo que la sociedad les negaba.

Fundé una asociación feminista Mahila Seva Mandali para concienciar a las mujeres contra el matrimonio infantil, el feticidio femenino y el sistema sati. Abrí un ashram para viudas y huérfanos. Organicé un boicot contra la tradición de rapar a las viudas. Hice un llamamiento a las mujeres para que salieran de las barreras de casta y las animé a reunirse y organizarse.

Cuando Jyotirao murió, en 1890, fui la primera mujer de La India que encendió ella misma la pira funeraria de su marido, sin importarme la oposición, ni las críticas que se alzaron en mi contra. Después seguí adelante con toda la obra social que iniciamos juntos.

Recopilé y edité los discursos de Jyotirao… y escribí poemas. Publiqué dos poemarios: Kavya Phule y Bhavan Kashi Subodh Ratnakar

Muero feliz. He hecho tanto bien, tanto por mi país, y tanto por las mujeres de mi país… El empoderamiento total de las mujeres es todavía un sueño lejano en la India. Mientras llega, celebrad mi vida y mi legado, no olvidéis nunca que hay hombres, como Jyotirao y Usman, capaces de apoyarnos sin reservas. No olvidéis nunca a Fatima Sheikh, mi amiga y colega tan querida, y nunca, nunca, olvidéis a Sagunabai, sin cuyo amor mi obra jamás hubiera sido posible.

Mahadevi

Mahadevi

ಅಕ್ಕ ಮಹಾದೇವಿ

No sé cuánto tiempo llevo viviendo en esta cueva, a la que llegué a la edad de 25 años, pero no debe ser mucho. El tiempo no puede medirse cuando me posee el éxtasis místico, cuando mi esposo, el divino sin forma, impregna mi cuerpo y mi alma. Veo lo Absoluto en todo. Cada árbol es el árbol de la vida, cada hierba es curativa, cada lugar un santuario, cada cuerpo contiene el néctar divino, y cada guijarro es joya preciosa y mágica. El aliento de mi amado se ha convertido en mi perfume. Su forma en la mía. Habiendo conocido la totalidad, no me queda nada por saber. Me convierto en la abeja que liba el néctar de Chenna Mallikarjuna, mi amado esposo, y me disuelvo en él. Un relámpago de luz termina por consumir los restos desnudos de mi cuerpo. Nada. Ya no queda nada en absoluto, nada de mí, solamente dejo atrás mis poemas, el registro de mi viaje espiritual.

Nací en 1130, en el estado de Karnakata. Mis padres eran devotos del Señor Shiva, y me educaron en su culto. Yo adoré desde muy niña a mi amado Chenna Mallikarjuna, lo sentía junto a mí, y nunca deseé a otro. Despreciaba a los hombres que envejecen y se deterioran; nunca envidié la vida de una mujer casada con un hombre mortal. Solo amé al Hermoso, al blanco como el jazmín. Su amor me colmaba. Nunca quise tener otro esposo.

Cuando tenía 16 años, aunque para mí no era relevante, todos alababan mi belleza incomparable, mis cabellos largos y sedosos, mis ojos almendrados, mi cuerpo perfecto… tal vez debido a eso Kaushika, el rey jainista de la región, se enamoró de mi y me pidió en matrimonio. Mi familia aceptó, halagada por la propuesta y porque temía incurrir en el disgusto del rey. Yo me negaba a aceptar una vida de servidumbre a ningún hombre mortal, por muy rey que fuera. A pesar de ello la boda se celebró, ya que Kaushika me prometió que respetaría mi libertad y mis decisiones, pero no fue así… una vez casados él no cumplió nuestro acuerdo y me echó en cara sus regalos, e incluso afirmó que todo lo que yo tenía, incluso mi sari era de su propiedad. También mi familia estaba en mi contra, censuraban mi comportamiento «poco ortodoxo». Por eso decidí dejar atrás mi matrimonio, mi familia y mi ciudad… me despojé de mis pulseras y mi sari, y salí completamente desnuda del palacio, dispuesta a dedicar toda mi vida a mi único señor, al único que he amado, mi Chenna Mallikarjuna. Los adornos son innecesarios para quien busca la verdad, y si los shadus renuncian a la ropa, no veo porqué yo no podía hacerlo.

Tal vez si yo hubiera sido una mujer vieja o fea o contrahecha mi desnudez no hubiera causado tanta conmoción como lo hizo. Me refugié en Kalyan, una comunidad que se destacaba de las costumbres religiosas y sociales normales de mi tiempo. Allí, en el ‘Anubhava Mandapa’, una plataforma para el debate abierto sobre varios temas, incluida la filosofía y la reforma social, me expresé sin temor. Con mi convicción conseguí convencer, aunque tampoco fue fácil. Incluso a los grandes santones Basavanna y Allamaprabhu les perturbaba mi cuerpo desnudo y tuvieron problemas para aceptarme. Finalmente fui aceptada y me concedieron el título honorífico, ‘Akka’. Desde entonces se me conoce como Akka Mahadevi.

No fui la única mujer que escapó de una vida convencional sujeta a la obediencia de un esposo perecedero, en busca del amor absoluto, la embriaguez divina, sin inhibiciones y sin miedo. Hay una importante tradición de mujeres místicas y no solo en mi país.

En mis poemas quise ir más allá de todo lo que se había escrito hasta entonces, por eso expresé mi forma de ver la vida, tan radical, incluí las luchas de mi cuerpo, las luchas contra la mezquindad de los roles que me había visto obligada a asumir como mujer, las luchas contra la sociedad, contra los ritos, contra las castas… en mis poemas dejé el testimonio de las luchas espirituales que enfrenta una mística femenina en una sociedad patriarcal.