Kun Dga Bum

Kun Dga Bum

La buscadora de tesoros

Después de siete días de retiro en Tashi Yanggo, sé que estoy a punto de morir por los signos que me envuelven: me estoy encogiendo, ya no tengo sombra, luces brillantes brotan de mis dedos, y la curva del arco iris asciende lentamente a mi alrededor. Cuando la cúpula esté completa, mi cuerpo físico se liberará, y podré existir y habitar donde sea y cuando sea, según designe la compasión.

Nací a mediados del siglo XIII, en el año del mono blanco de metal. Desde pequeña, por tradición familiar y por mi propio gusto, recibí las enseñanzas budistas; me interesaban el conocimiento, la sabiduría, la práctica y el empoderamiento. Drakpa Gyeltsen, lama nyingma, fue quien me puso el nombre: Kunga Bum.

La localización de la primera ter ma (tesoro) me fue revelada durante un retiro, en las cuevas Drak Yongdzong. Lo compartí con todos y logré gran renombre. Así me convertí en ter tön (buscadora de libros tesoro).

Para los tibetanos los textos y las revelaciones suponían un bien que era necesario preservar a toda costa de los invasores, las guerras y el saqueo; por eso se ocultaron: para que pudieran permanecer y ser encontrados en tiempos propicios por los descubridores de tesoros, los ter töns. Uno de los requisitos especiales para el descubrimiento de las ter mas es la inspiración del principio femenino −las ter mas son parte de la literatura tántrica−, tal como fue necesario para su ocultación. Por eso, aunque la gran mayoría de los ter töns han sido hombres, necesitan a su compañera para poder encontrar la ter ma. Hay muy pocos varones capaces de la compasión necesaria para ayudar y sostener a su pareja durante el enorme esfuerzo que supone la búsqueda del tesoro, de ahí la escasez de mujeres ter tön. Afortunadamente para mí, tuve como compañero y discípulo a Dungtso Repa, que me prestó siempre un apoyo incondicional y jamás sucumbió a las trampas del ego. Me complementó en todos los sentidos. Colaboró conmigo, juntos impartimos enseñanzas… Me acompañó hasta el final.

En el siglo XIX mi rastro, que se había desvanecido en la maraña de la historia, fue recuperado por Jamgon Kongtrul (1813-1899) que informó sobre mí en su libro Cien Reveladores de Tesoros. Además, en su autobiografía, Kongtrul relató un sueño de 1859 en el que se veía a sí mismo como la reencarnación de mi querido esposo Dungtso Repa, lo que le impulsó a rescatar mi memoria −como mujer, como maestra budista, y como buscadora de tesoros− del olvido de los siglos.