Lucía Sánchez Saornil 

Lucía Sánchez Saornil 

Pero… ¿es verdad que la esperanza ha muerto?*

Este cáncer de pecho va a acabar conmigo en este segundo día de junio de 1970. Hace cuatro meses que falleció mi querida hermana; a mi lado está Mery −América Barroso− el amor de mi vida, mi compañera inseparable, que también está muriendo de pena.  

Nací el 13 de diciembre de 1895 en Madrid en una familia obrera. Mi madre falleció cuando yo sólo tenía doce años, y a esa edad tuve que hacerme cargo de la casa y de mi hermana menor, Concha, que siempre tuvo una salud muy delicada. Estudié en un colegio para huérfanos, y cuando ya estaba trabajando −en Telefónica−, como tenía tantas ganas de estudiar y de aprender, acudí como libre oyente a las clases en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Fue entonces cuando empecé a interesarme por las vanguardias artísticas y me adherí al movimiento ultraísta. Titulé mi primer poema vanguardista «Cuatro Vientos», y lo publiqué con seudónimo masculino, en 1919, en él utilizaba la tipografía y rompía con la estética y los estereotipos de la poesía tradicional. «Hora» fue el primer poema que publiqué sin seudónimo, y en él suprimí totalmente los signos de puntuación. Mis poemas más vanguardistas se publicaron en la revista Ultra a lo largo de 1921; en ellos empleaba imágenes inconexas, frases inconclusas y motivos de la vida urbana… Fui la única mujer que formó parte del grupo, y también la única que no procedía de una familia burguesa; al cabo de unos años empecé a dudar de la raíz subversiva de los poetas ultraístas, que −tal como estaba en aquel momento la situación política en España− se limitaba a la renovación del hecho artístico y literario desde un punto de vista formal… para mí el paso del purismo estético al compromiso político era inevitable.

Mis ideas anarcosindicalistas y mi conciencia social me llevaron a participar en diversos conflictos en Telefónica y finalmente fui despedida de la empresa. En 1927 empecé a colaborar con mis artículos en varios periódicos anarquistas, y en 1933 me hice cargo de la secretaría de redacción del periódico CNT.

También aquí encontré contradicciones: aunque en teoría la alternativa anarquista a la familia convencional, el amor libre, supone el establecimiento de relaciones sentimentales entre personas con los mismos derechos, en la práctica no era así; el anarcosindicalismo también nos dejaba a las mujeres en un segundo plano. Opino que es imposible separar la lucha contra el capitalismo de la lucha contra el patriarcado, por eso, en 1936, junto a Mercedes Comaposada y Amparo Poch, fundé la organización feminista y anarquista Mujeres Libres, y me dediqué a ella en cuerpo y alma. Editamos la revista Mujeres Libres. El primer número salió el 20 de mayo de 1936 y se agotó inmediatamente. Publicamos 14 números. Moriré convencida de que todo se ha perdido y no queda ni un ejemplar.

En la primavera de 1937 fui enviada por la CNT a Valencia como redactora jefa del semanario gráfico Umbral. Allí conocí a Mery, el amor de mi vida, mi compañera hasta la muerte. A finales de año viajamos juntas a Barcelona, donde dejé de colaborar en Umbral para dedicarme por entero a Mujeres Libres.

Tras la derrota vinieron tiempos duros, Mery y yo fuimos a los campos de refugiados de Francia, y de allí a París, hasta que pudimos regresar a España de manera clandestina y llegamos a Madrid, donde intentamos retomar Mujeres Libres con las hermanas Lobo, Carmen y Visitación, pero fracasamos. En Madrid me reconocieron por la calle y decidimos mudarnos a toda prisa a Valencia para vivir una vida furtiva hasta 1954… no podéis imaginar lo que suponía en aquellos años no disponer de cartilla de racionamiento. Retomé la pintura de mis primeros años, convirtiéndola en mi oficio y la poesía, que nunca abandoné, aunque no volví a publicar.

Ahora, al final de mi vida siento un dolor infinito ante la proximidad de la muerte; veo mi sueño de igualdad y justicia, de un mundo de mujeres y hombres libres, tan lejano… A veces quisiera poder creer en ese dios misericordioso que consuela a los creyentes, porque todas mis ilusiones, toda mi vida, mi obra, mi lucha, mi juventud pasional y remota, no pueden perderse en la nada, diluirse en el vacío, quisiera creer en la existencia de un más allá más justo y reparador, pero sospecho que esas ideas son tan sólo autoengaños ante la cercanía de este fin que me dispongo a afrontar con serenidad, aunque con mucha −inmensa− tristeza, y es que me gusta tanto vivir…

*Frase que América Barroso hizo inscribir en la lápida de Lucía Sánchez Saornil. Es el primer verso de uno de los dos Sonetos de la desesperanza, que la poeta escribió al final de su vida.

Bartolina Sisa Vargas 

Bartolina Sisa Vargas 

Llevo más de un año presa en Las Cajas, ciudad de La Paz, por orden del corregidor Sebastián de Segurola. En este año han descuartizado ante mis ojos a mi esposo y compañero de lucha, Túpac Katari. Nuestros hijos han sido asesinados, porque los invasores quieren que nuestra semilla se extinga. A mí me han sometido a torturas sin nombre. Mañana me arrastrarán desnuda atada a un caballo antes de ahorcarme junto a mi cuñada, Gregoria, a la que conducirán a la horca con una corona de clavos encajada en la cabeza.

Ignoro en qué año nací, pero el fraile Matías Borda, calcula que el 5 de septiembre de 1782, día de mi muerte, debía tener unos 26 años. Mienten los que afirman que soy una chola paceña. Soy india, hija de José Sisa y Josefa Vargas, de la comunidad de Q’ara Qhatu. Como mujer de campo aprendí de mi madre desde muy pequeña a hilar caito y a tejer. En 1770 me casé con Julián Apaza. El Consejo de abuelos y abuelas, de yatiris y amawt’as nos dieron el ajayu Katari Amaru, la estrategia de la serpiente que resplandece, mi marido retomó su nombre Inca, Túpac Katari, y fue proclamado virrey. Estuvimos diez años preparando la estrategia de la rebelión. Juntos lideramos la lucha contra los invasores, éramos dos personas, pero un solo espíritu. A los comandantes españoles les parecía un insulto que mi pueblo me llamara la virreina, para ellos era inconcebible que una mujer pudiera dirigir las tropas, la presencia de mujeres en nuestro ejército les desconcertaba y cuestionaba. Pero para nosotros, los aymaras, era natural la intervención de las mujeres en la lucha: entre nuestros mitos está Mama Huaco, mujer guerrera, libre y valiente. Por eso cuando Sebastián de Segurola se enteró de que el cerco de Pampahasi estaba liderado por una mujer, decidió enviar un ejército creyendo que la victoria sería fácil, pero las tropas indígenas a mi mando, no solo resistieron el ataque, sino que los derrotamos. Desde entonces Segurola me odiaba; no paró hasta que consiguió atraparme en una emboscada, traicionada a cambio de un indulto que nunca existió.

Han dicho de mí que fui la más valerosa hembra y el más excelso espíritu de la raza inca, que era inteligente y fuerte. Cierto que me consideraba una buena amazona y dominaba el fusil y la kurawa. Fui decidida y valiente, y tuve dotes de mando. Asumí funciones de liderazgo, dirigí batallones de guerrilleros indígenas y organicé grupos de mujeres en la resistencia. Mis detractores me tacharon de sanguinaria y cruel, pero no es cierto, al contrario, el padre Borda dejó constancia en sus memorias de que supe manejar con sutileza el temperamento de Túpac Katari para salvar la vida de los prisioneros.

Estuve presa seis veces. Las cinco primeras por no satisfacer los tributos que nos exigían los corregidores. La última, la que me llevó al patíbulo, por la libertad de mi tierra y de mi gente.

Como única herencia dejaré a mi pueblo el amor a la tierra, el ayllu, la defensa de mi raza india y la capacidad de luchar por la libertad hasta las últimas consecuencias. Mi muerte no será en vano, mis cenizas fertilizarán los campos, porque muero por la libertad de mi tierra… por la libertad de mi pueblo.

Clara Zetkin

Clara Zetkin

Nací en Alemania, en 1857, y fallecí en el exilio, en Moscú, en 1933. Aunque nadie lo mencione fui yo quien propuso en 1910, en la II Conferencia Internacional de Mujeres realizada en Copenhague, que el día 8 de Marzo se instituyera como el Día Internacional de la Mujer, en recuerdo de la primera movilización del 8 de marzo de 1857 cuando miles de mujeres trabajadoras de la confección de Nueva York, exigieron una jornada de trabajo que no excediera las 10 horas. Mi propuesta fue aprobada, y el 8 de marzo de 1911 se celebró por primera vez el Día Internacional de la Mujer. Ese día fuimos más de un millón de mujeres manifestándonos públicamente. Demandábamos, además del derecho a voto y a ocupar cargos públicos, el derecho a trabajar, al estudio y a la enseñanza, y la eliminación de la discriminación en el trabajo. Pocos días después (el 25 de marzo de 1911), se declaró un incendio en una fábrica de camisas en Nueva York, en el que murieron más de 140 trabajadoras, y desde entonces su recuerdo se incorporó a nuestro día. En 1914, junto a mi gran amiga Rosa Luxemburgo intenté activamente detener la Primera Guerra Mundial y denunciamos la implicación de Alemania, por lo que me encarcelaron en varias ocasiones. Siempre, desde mi primera juventud fui radicalmente antibelicista; también denuncié la feminización de la pobreza, la violencia contra la mujer y la exclusión generalizada de la mitad de la humanidad de las instituciones de poder y de gobierno, mi objetivo era la transformación radical de la relación entre la mujer y el hombre en una asociación plena y en condiciones de igualdad. Fui miembro del Reichstag por el Partido Comunista de Alemania desde 1920 hasta 1933, cuando Adolf Hitler y el Partido Nazi (a los que me opuse con todas mis fuerzas) tomaron el poder, el Partido Comunista fue ilegalizado y el Reichstag incendiado. Entonces me exilié en la Unión Soviética, donde fallecí poco después.

En 1975 la ONU declaró oficialmente al 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer y reconoció, que yo, Clara Zetkin, fui su creadora. 

Esta mañana me apenó escuchar en la radio a una locutora, que dijo desconocer el origen de la fecha de hoy. Tampoco le parecía importante saberlo.

Qiū Jǐn (秋瑾)

Qiū Jǐn (秋瑾)

El 15 de julio de 1907 fui decapitada públicamente en mi pueblo natal, Shanyin, a la edad de 31 años. Unos días antes me habían detenido en la escuela para niñas de la que era directora. Los esbirros del ejército imperial me torturaron, pero me negué a hablar. Mis últimas palabras escritas, mi poema de la muerte, comienzan jugando con el sentido del ideograma de mi nombre, y en él lamento la revolución fallida que nunca llegaré a ver: «秋風 秋雨 愁 煞人» («Viento de otoño, lluvia de otoño: hacen morir de dolor»).

Nací en 1875, en una familia culta y adinerada. Mi madre tenía una buena educación y se aseguró de que yo me formara y estudiara. Ya desde niña escribía poesía, estaba fascinada por las heroínas guerreras chinas, como Hua Mulan, pero a pesar de lo mucho que mi familia me apoyaba, me vendaron los pies, me obligaron a aprender a bordar y —lo peor de todo para mí— a someterme a un matrimonio concertado. Me casé a los 21 años, tarde para la época, con el hijo de un rico comerciante de Hunan, un hombre con el que no tenía nada en común, ni gustos, ni inquietudes, ni aspiraciones. Yo ya comenzaba a interesarme en la política de mi país y a enfrentarme a la sociedad patriarcal. Desafié abiertamente, con ferocidad, las normas de género y de clase del confucionismo al quitarme las vendas de los pies, beber vino, vestirme con ropas masculinas, y aprender a manejar espadas… No fue fácil para mí, tuve dudas y conatos de arrepentimiento, pero en 1903 abandoné a mi familia (dejé atrás a mis dos hijos) para irme a estudiar a Japón. En 1906 regresé a China con la determinación de luchar por la causa de las mujeres y derrocar al gobierno manchú. Fundé la “Revista de las Mujeres Chinas”, en la que intentaba usar un lenguaje coloquial para llegar a un público más extenso, con temas como la crueldad del vendaje de pies y los matrimonios arreglados. También aprendí a fabricar bombas. Me incorporé a una organización clandestina, que tenía como objetivo acabar con la dinastía Qing, pero a principios de julio de 1907 la revolución fracasó, y a mí me detuvieron, me torturaron y me ejecutaron. Aunque sea recordada sobre todo como revolucionaria y feminista, nunca, ni en los últimos instantes de mi vida, dejé de escribir poemas.