Elizabeth Magie

Elizabeth Magie

Podéis llamarme Lizzie. Muero en 1948, a los 81 años, en Virginia, desconociendo el impacto mundial que mi invención iba a tener en el futuro.

Nací en 1866, en Illinois. Mi padre, James Magie, era un editor de periódicos implicado con los movimientos abolicionistas. Yo estudié ingeniería, a la vez que me dedicaba a varias disciplinas artísticas, fui escenógrafa, poeta, escritora de relatos breves y actriz de teatro. También fui militante feminista y abolicionista. Y trabajé como reportera de noticias durante un breve tiempo. Por aquella época, con la idea de llamar la atención del público sobre las luchas de las mujeres, puse un anuncio, ofreciéndome como una «joven esclava estadounidense» en busca de un marido que me poseyera. Con ello quería mostrar la posición de las mujeres y los negros, enfatizando el hecho de que las únicas personas que eran verdaderamente libres eran los hombres blancos. El anuncio se convirtió en la comidilla de la ciudad.

A principios del siglo XX a las mujeres se nos atribuía menos del uno por ciento de todas las patentes. Yo patenté un invento que facilitaba el proceso de la mecanografía al permitir que el papel pasara por los rodillos con mayor facilidad. También, el 5 de enero de 1904, registré la patente número 748.626. Dicha patente era un juego de mesa, que llamé El juego de los terratenientes. Lo ideé como crítica anticapitalista, para ilustrar de una manera lúdica que el monopolio de la tierra a manos de unos pocos era perjudicial para el resto de la población y para el desarrollo de la economía. El juego se hizo muy popular entre los estudiantes de economía, y tres décadas después la empresa juguetera norteamericana Parker Brothers publicó una versión modificada, a la que bautizó con el nombre de Monopoly, y atribuyó su invención a Charles Darrow, un vendedor en paro. Yo protesté y reclamé sin éxito. Así, mientras el Monopoly se iba extendiendo por el mundo mi idea original se desdibujaba, igual que mi nombre. También se perdía el espíritu original anticapitalista del juego, y derivó en una versión en la que el ganador era quien más posesiones y dinero acumulaba. En 1974, mucho después de mi muerte, el profesor de economía Ralph Anspach, descubrió mis patentes mientras libraba una batalla legal con los hermanos Parker y recuperó mi nombre para la historia.

También desarrollé y patenté otros juegos, que no son tan conocidos porque no han generado tantos beneficios. Si bien ahora se me está haciendo justicia, aunque tarde, y ya nadie duda de mi autoría… ¿Cuántas otras historias enterradas quedan todavía por ahí: historias que pertenecen a otras Lizzies olvidadas o pisoteadas? ¿Cuál es el valor de nuestra filosofía si no hacemos todo lo posible por aplicarla? Simplemente saber algo no es suficiente. No basta con escribir de ello o con comentarlo de vez en cuando entre nosotros. Debemos hacer algo al respecto a gran escala si queremos avanzar. Estos son tiempos críticos y se necesita una acción drástica.