Luisa de Medrano

Luisa de Medrano

Tenía cuarenta años recién cumplidos cuando se pierde mi pista. Desaparecí sin hacer ruido, un día indeterminado, de un año incierto, 1527 por ejemplo. Las estrellas fugaces tienen una vida breve.

Me llamaba Luisa de Medrano Bravo de Laguna Cienfuegos, aunque algunos se empeñen en llamarme Lucía. Nací en Atienza, en 1484. Mi padre fue Diego López de Medrano, señor de San Gregorio, y mi madre Magdalena Bravo de Laguna, del linaje de los Salvadores de Berlanga de Duero. Cuando mi padre y mi abuelo murieron en la batalla de Gibralfaro, yo tan solo tenía tres años. La reina Isabel se ocupó de mi madre, viuda, y de la educación de sus hijas e hijos. Gracias a la reina Isabel, no solo yo y mis hermanas, sino sus propias hijas, y otras mujeres a las que promocionó y avaló (Beatriz Galindo, Francisca de Nebrija, Álvara de Alba …) pudimos estudiar, e incluso enseñar, algo de lo que las mujeres estaban excluidas en Europa. Yo fui poeta, filósofa, latinista, pensadora… y profesora de Gramática en la Universidad de Salamanca, en cuyas clases sustituí a mi maestro y protector, Elio Antonio de Nebrija, antes de obtener la Cátedra. El nombramiento me fue dado por el Rector Don Pedro Torres en 1513, aunque no eran pocos los que nos negaban a las mujeres el derecho a enseñar o a recibir enseñanza. Entre ellos Luis Vives y Fray Luis de León, para los que “mujer” era sinónimo de incapacidad, caducidad e inconstancia.

En el año 1514 Lucio Marineo Sículo, humanista e historiador siciliano, que también fue profesor en Salamanca, escribió largamente sobre mi persona, en términos harto elogiosos y admirativos, en su Opus Epistolarum: Te debe España entera mucho, pues con las glorias de tu nombre y de tu erudición la ilustras. Yo también, niña dignísima, te soy deudor de algo que nunca te sabré pagar. Puesto que a las Musas, ni a las Sibilas, no envidio; ni a los Vates, ni a las Pitonisas. Ahora ya me es fácil creer lo que antes dudaba, que fueron muy elocuentes las hijas de Lelio y Hortensio, en Roma; las de Stesícoro, en Sicilia, y otras mujeres más. Ahora es cuando me he convencido de que a las mujeres, Natura no negó ingenio, pues en nuestro tiempo, a través de ti, puede ser comprobado, que en las letras y elocuencia has levantado bien alta la cabeza por encima de los hombres […]. Gracias a él no se ha perdido mi memoria. También escribió sobre mí en el ultimo capítulo de su obra De Rebus Hispaniae Memorabilibus, que se publicó en 1530 (yo ya había fallecido por entonces), y se tradujo al castellano como De las cosas memorables de España. Este libro se reeditó en 1533, reedición en la que ese ultimo capítulo fue eliminado por real decreto; y además, según escribió el propio Sículo, tuvo que retirar del volumen la mención de no pocas mujeres dignas de ser recordadas por prohibición expresa del rey Carlos, el mismo que mantuvo encerrada a su madre −una mujer culta y muy preparada, como todas las hijas de la reina Isabel, que ha pasado a la historia como la loca− para evitar que le disputara el trono. Mi familia y yo defendimos a la reina Juana contra la tiranía y el abuso de poder de Carlos. Esta defensa le costó la vida a mi primo, el comunero Juan Bravo, de los Bravo de Laguna, de Atienza.

La ausencia de mi nombre en el Archivo Universitario de Salamanca, ha dado argumentos a los que sostienen que mi biografía no es cierta, pero de todos es sabido que, tras la muerte de la Reina Isabel muchos documentos del archivo universitario fueron destruidos y quemados por la Inquisición. Mi obra poética y filosófica también se perdió. Por eso, y por la voluntad de anularme, de anular mi legado, mi historia se olvidó en los únicos siglos en los que podría haberse recuperado. Afortunadamente las palabras de Lucio Marineo Sículo, se han mantenido con el paso del tiempo y han quedado para las generaciones venideras: Te debe España entera mucho, pues con las glorias de tu nombre y de tu erudición la ilustras.